Una dictadura perfecta es aquella que se ha sabido mantener en el poder, a pesar del autoritarismo que ejerce en la población, quien, confundida, no logra reconocerla. Es la que arroja la piedra y esconde la mano entre una multitud, para que los agredidos no puedan reaccionar. De esa manera, los ostentadores del poder se perpetúan continuamente.
El escritor latinoamericano Mario Vargas Llosa fue quien acuñó dicho término para referirse al Partido Revolucionario Institucional (PRI), quien estuvo más de 70 años en el poder, y en este sexenio volvió al control de la presidencia.
El siglo XX se caracteriza en Latinoamérica por el surgimiento de numerosas dictaduras en distintos países. México no experimentó ninguna dictadura militar. Sin embargo, Vargas Llosa destaca el hecho de que, si bien no existió un régimen dirigido por una persona, sí existe un partido que lo ha hecho de manera discreta, pero evidente, además de que supo mantener controlado al sector intelectual mediante una apertura al diálogo con ciertos límites.
En ese momento ‒1990‒ el comentario causó polémica, en especial molestia por parte de Octavio Paz, quien era conocido por una ideología conservadora. No obstante, el término prevaleció; no se ha olvidado y esta vez el cineasta Luis Estrada lo retoma en su nuevo filme homónimo.